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domingo, 15 de julio de 2012

El arte escondido de Uruguay: sin ningún control y escasa protección


Cientos de cuadros están en “préstamo” en las dependencias del Estado.

Los ladrones que se llevaron en 2005 el cuadro de Juan Manuel Blanes El Gaucho de la Sierra, valuado en US$ 70.000, del Museo de Bellas Artes de Salto lo dijeron clarito: optaron por hurtar en el museo porque “la vieron facilonga”. No obstante, ese mismo año fueron robados, y posteriormente recuperados, tres cuadros de Figari del Museo de San José por un valor de US$ 50.000 cada uno.

Lejos de haber servido como enseñanza, la pérdida de patrimonio artístico e histórico continúa en la actualidad. A principios de año fueron procesadas dos personas por el robo de la pistola de Lavalleja del Museo Histórico Nacional de Paysandú, aunque el arma nunca apareció. Como si con los museos no bastara, en diciembre del año pasado fue denunciado el robo del cuadro Repartiendo atados de la serie Las lavanderas de Pedro Figari, en préstamo del Museo Blanes, del despacho de Ana Olivera en el Palacio Municipal de la Intendencia de Montevideo (IMM). A principios de junio, una investigación del edil nacionalista Edison Casulo dejó como saldo que otras veinte obras de las 208 inventariadas no fueran localizadas. No obstante, semanas atrás la IMM devolvió 185 obras al Blanes y la semana pasada aparecieron 11 de las obras extraviadas.

El cuadro de Figari desapareció a fines de octubre de 2011 cuando fue descolgado para pintar las paredes del despacho de la jerarca, pero pasó más de un mes hasta que Olivera se dio cuenta de que faltaba y se hiciera la denuncia policial. El director de Cultura de la IMM, Héctor Guido, reconoció que la intendencia no cuenta con “la seguridad que puede tener un museo”. Por otro lado, las obras del Estado uruguayo no están aseguradas a excepción de cuando viajan al exterior.

Pero además de la falla en la seguridad, lo que el robo del Figari deja en evidencia es la realidad de cientos de obras de arte que se hallan en manos de las distintas dependencias del Estado, muchas de ellas guardadas en depósitos o decorando las oficinas de funcionarios de bajo rango.

Si bien la IMM anunció recientemente la devolución de las obras en su poder al Museo Blanes para reemplazarlas por reproducciones (algo que ya comenzó la semana pasada) aún quedan muchas otras que continúan fuera de las colecciones de los museos a los que pertenecen.

Préstamos sin fin. De acuerdo al experto estadounidense en delitos y seguridad de obras de arte, Noah Charney, no es común que los museos públicos, que en Uruguay representan alrededor del 90%  del total, presten parte de su patrimonio a las oficinas estatales.

Sin embargo, esta práctica es política de Estado desde la década del treinta, informó Enrique Aguerre, director del Museo de Artes Visuales (MNAV), el cual posee el mayor acervo artístico del país. Actualmente tiene en préstamo un 22% de su patrimonio (1.120 obras de un total de 5.220), con muchas obras en museos del interior y otras tantas en distintos organismos del Estado. Un total de 106 obras, por ejemplo, están en dependencias militares, la mayoría trasladadas durante la dictadura.

“Estoy en contra de que estén en despachos o pasillos. Hay lugares como Presidencia o el Ministerio de Relaciones Exteriores en los que está bien que haya una representación de la cultura nacional”, sostuvo. No obstante, Aguerre pone dos condiciones: que el préstamo sea a término -hay obras que llevan 70 años en esta modalidad-y que haya personal especializado o acceso a los conservadores para que evalúen las condiciones de las obras.

Por su parte, Gabriel Peluffo, director del Museo Blanes, sostuvo que además de las 208 obras que estaban en préstamo en la IMM, hay otras 42 en préstamo a otras instituciones: 10 en manos del Tribunal de lo Contencioso Administrativo y 12  en el Ministerio de Relaciones Exteriores, cinco de ellas en la embajada de Uruguay en EEUU. “Son cuadros importantes que no se ven en el país desde hace 40 años”, sostuvo.

En 1990 el museo llevó a cabo un inventario en el que no se encontraron 133 obras, de las cuales, 22 años después, aún hay 31 que siguen sin aparecer, a lo que se suma el cuadro de Figari robado del despacho de Olivera. Sin embargo, destacó Peluffo, de las 20 obras que no fueron halladas en el Palacio Municipal en el reciente inventario solicitado por el edil Casulo, no puede decirse que hayan “desaparecido” porque, en realidad, se trata del resultado de un inventario que se realizó en poco más de un mes por una sola persona y que “obedece, en parte, al apuro  con el que fue efectuado”. Agregó, además, que el inventario se refería solo al Palacio Municipal pero no a las otras dependencias departamentales donde pueden estar las obras. “Cuando se presta un cuadro y lo cambian de oficina porque viene un jefe que no le gustó, pasa para la despacho de al lado y no nos avisan”, sostuvo.

A esto se suma que el único registro que hay de todas las obras es el de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación (CPCN) que data del año 2003. En este se contabilizaron 23.000 obras en los 72 organismos públicos que había en el aquel momento, declaró a El Observador Norma Calgary del CPCN. Sin embargo, muchos de estos organismos no informan a la comisión de sus adquisiciones o de si envían obras a otras dependencias. En la actualidad el CPCN se encuentra a la espera de la posible aprobación de un proyecto de informatización del registro que se presentó a la Agencia para el Gobierno Electrónico y Sociedad de la Información (Agesyc), el cual permitiría un control mucho mayor sobre el patrimonio artístico.

De acuerdo a Peluffo, las obras que estaban en préstamo en la IMM no son importantes desde un punto de vista museístico, a excepción de los cuadros de Figari que poseía la intendenta. El valor estimado del pequeño óleo sobre cartón titulado de Repartiendo atados es de entre US$ 8.000 y US$ 10.000, sostuvo Peluffo. Fernando Saavedra Faget, bisnieto y certificador del artista, estimó que un cuadro de la serie Lavanderas no supera los US$ 20.000.

Con respecto a la conservación de los cuadros, aunque Peluffo y Guido negaron que hubieran obras en mal estado en la IMM, Casulo dio el ejemplo de la escultura El bandoneonista de Gervasio Furest Muñoz, de la cual se decía en el inventario que debía ser reintegrada al museo a la brevedad, pues se encontraba “mal acondicionada dentro de un depósito de utilería”. Aguerre, por su parte, indicó que en el registro que viene realizando el MNAV desde 2008 para rastrear las obras que están en préstamo se han notificado faltantes y obras muy dañadas (si bien hasta el momento solo se ha podido relevar el 80% de las 520 obras prestadas en Montevideo, 20% de las 551 que están en el interior y 25% de las 49 que se encuentran en el exterior).

La socialización del arte. Pero a los problemas de seguridad derivados de que las obras de arte de patrimonio público se encuentren decorando oficinas y pasillos en las dependencias del Estado se le suma el de la socialización de las mismas, muchas de las cuales llevan décadas sin que los ciudadanos puedan tener acceso a ellas.

“Hay organismos del Estado que tienen verdaderos museos, como el Palacio Legislativo y el Banco República. Hay que promover la socialización de esos bienes”, sostuvo William Rey, expresidente de la Comisión Nacional de Patrimonio.

El acervo artístico del Palacio Legislativo, por ejemplo, cuenta en la actualidad con 303 obras, informó Osmán Astesiano, asesor  artístico de la sede del Parlamento.  Sin embargo, debido a que no cuentan con el personal necesario para garantizar la seguridad de una exposición, la última  muestra pública  de estas obras se hizo en 1994.

Casulo señaló que espera que aunque la decisión de la IMM de devolver los cuadros al Blanes fuera tardía, esta medida se propague a las demás dependencias del Estado que poseen obras en préstamo.
“Los museos se forman para preservar un patrimonio que es relevante, para que lo puedan ver los contemporáneos y las personas en el futuro”, sostuvo.

Estas obras de arte que ocupan, con suerte, un lugar en despachos y pasillos o, con menos fortuna, se apilan descolgados en los recovecos de las entidades estatales, lejos de un público que las disfrute, recuerda, en cierta forma, al viejo proverbio hindú sobre la lectura:“Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destrozado, un corazón que llora”.


Fuente: El Observador

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