- Las bandas organizadas están detrás de la mayoría de hurtos de obras de grandes artistas.
En 1961, el Museo Metropolitano de Nueva York compró en una subasta el óleo Aristóteles contemplando el busto de Homero, de Rembrandt, por 2,3 millones de dólares (1,79 millones de euros). Y con ello marcó un punto de inflexión en el modus operandi del crimen artístico. La venta, un récord inaudito entonces, puso al mundo del arte en las primeras páginas de los diarios y al crimen organizado detrás de los robos de arte. A partir de aquí, las cifras hablan por sí solas: el tráfico de arte, con un movimiento de seis billones de dólares anuales, es el tercer tráfico ilícito mundial, por detrás del de drogas y armas. Y cada año se sustraen en todo el mundo, como mínimo, 50.000 piezas artísticas. Las últimas con eco mediático: las telas de Mondrian y Picasso arrancadas de las paredes de la National Gallery de Atenas hace justo una semana.
Aunque la hipótesis de que el crimen organizado está detrás de los grandes golpes desde la década de los 60 -época en que la mafia corsa se dedicó a desvalijar de picassos y otras telas vanguardistas las mansiones de la Riviera francesa- es ampliamente aceptada, Marc Balcells, uno de los pocos criminólogos especializado en delitos de arte, advierte de que es solo eso: una hipótesis. «Sabemos que policialmente ha habido casos de crimen organizado, pero desde un punto de vista científico no podemos afirmar que sea siempre así». No obstante, nadie duda de que fue el crimen organizado el que perpetró el que se considera el gran robo de arte de la historia. El 18 de marzo de 1990, dos ladrones disfrazados de policías entraron en el Isabella Stewart Gardner de Boston (EEUU), redujeron a los vigilantes y se llevaron 12 obras maestras -valoradas en unos 250 millones de euros-, entre ellas, Tormenta en el mar de Galilea, la única marina ejecutada por Rembrandt. También se llegó a determinar una posible relación entre el robo y el IRA. Otra afirmación «atrevida» según Balcells, que no niega esa posibilidad, pero que, como criminólogo, señala que la «única conexión segura entre terrorismo y arte es la serie de robos que el IRA realizó en castillos británicos a través de Rose Dugdale».
Sea como fuere, «todos los robos de arte se hacen para financiarse de una forma ilícita y los objetos robados se utilizan para comerciar en el mercado negro, por ejemplo, con drogas», afirma Julian Radcliffe, director de The Art Loss Register, la mayor compañía privada dedicada a la recuperación de piezas robadas y desaparecidas. «Los ladrones nunca son los coleccionistas ni los coleccionistas compran, a sabiendas, objetos robados», concluye. Pero, ¿cómo se utiliza un rembrandt en el mercado negro? «Como moneda de cambio», afirma el criminólogo. «Yo te doy un rembrandt y tú me das su valor en armas, drogas o lo que sea». La tela se convierte así en un gran cheque y en una inversión segura, ya que el valor de estas piezas nunca disminuye.
Hecho el trato, el que recibe la obra solo tiene que tener la paciencia y la sangre fría de esperar a que el delito prescriba. Aunque muchas veces las obras «acaban quemando y los ladrones optan por deshacerse de ellas», aclara Balcells. Los que se llevaron la Olympia de Magritte optaron por devolverla la semana pasada; y los autores del robo del Museo de Arte Moderno de París del 2010, el más importante por cuantía y autoría después del de Boston, optaron por destruirlas, según confesaron.
RESCATE PARA OBRAS DE CARIDAD
Pero aunque la financiación criminal sea una de las principales razones del robo de piezas de arte, no es la única. Hay quien delinque para pedir un rescate al propietario o compañía aseguradora de la tela sustraída. Esto es lo que hizo Kempton Bunton, que, en 1961, entró en la National Gallery de Londres, descolgó de la pared el Retrato del duque de Wellington de Goya y se lo llevó tan tranquilamente. Después pidió un rescate para donarlo a caridad.
También hay quien delinque para disfrutar de la obra, como Mark Lugo, descubierto con una colección ajena en su casa y con la que no pretendía comerciar. Y otros lo hacen porque es fácil: los autores del robo de El grito, de Munch, en 1994 -otra versión del cuadro fue robada en el 2004- dejaron una nota al museo: «Gracias por la pobre seguridad».
Fuente: El Periodico.com
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